“Frida, amada,
Al contemplar esta noche tu rostro de cervatillo he descubierto que jamás conseguiré hacerte a un lado de mi cabeza, no se diga de mi corazón. Arde mi sangre como una lámpara votiva al lado de mi mesa, y es como un cerrojo (parte ilegible en el original) una noche en Coyoacán. Dejo este papel debajo de tu puerta. Y debo volver a aclarar que no hubo diferencias entre nosotros. Ni la espina dorsal abre un surco insalvable en los hemisferios de una espalda. Me cuesta precisar en cualquier caso, tal vez por mi alma eslava, si ese espacio abierto entre nosotros podrá cerrarse y cicatrizar.
Te amé desde siempre y a escondidas. Me encontraba dueño de un juego de principios en los que me arrellanaba como un castor, y esquivaba el fantasma de tu bigote, tu porte de soldadera y esa sed de besos capaz de (parte ilegible en el original).
He pagado con creces ese acto de soberbia, el hacerte mía. Yo viví una de esas desafortunadas juventudes, y a tu lado he volado como el pájaro que vuela por el solo placer de volar, Frida (parte ilegible en el original) allí donde se supone que se enciende el fuego originario, pronto fueron rumores.