La nueva estrategia de seguridad del gobierno de Claudia Sheinbaum en la Ciudad de México ha generado un intenso debate. ¿Continuará con el enfoque de “abrazos, no balazos” de López Obrador o adoptará un enfoque más confrontacional?
El plan presentado por el jefe de la Policía, Omar García Harfuch, se centra en atacar los delitos, no a los cárteles. Pero su breve exposición de apenas 15 minutos dejó más preguntas que respuestas. La ola de violencia que recibe al gobierno, con la narcoguerra en Sinaloa y la decapitación del exalcalde de Guerrero, pone en duda la efectividad de este nuevo enfoque.
Sheinbaum enfatizó que no habrá una “guerra contra el narco” como la de Calderón. Sin embargo, no está claro si esto responde a una retórica política o a su verdadera voluntad de seguir la ruta de López Obrador, atacando las causas sociales del delito con una lógica castrense.
La estrategia de Sheinbaum se basa en dos pilares: la construcción de un Sistema Nacional de Inteligencia para mejorar las capacidades policiacas, y la coordinación del gabinete de seguridad con las fiscalías. Pero ¿será suficiente para “neutralizar” la actuación criminal sin confrontarlos directamente?
Expertos advierten que el diagnóstico de Sheinbaum, que no considera a los cárteles como rivales del Estado, es arriesgado. La confabulación de la política con el narco y su penetración de las instituciones es una realidad que no puede ignorarse.
En resumen, la estrategia de seguridad de Sheinbaum enfrenta un gran reto: reducir la violencia sin caer en los excesos de la “guerra contra el narco”, pero tampoco aceptando la presencia de los cárteles. ¿Logrará encontrar el equilibrio? El futuro de la seguridad en la capital está en juego.
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