Los adultos mayores y el virus

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Lo que ha pasado en estos últimos seis meses con el comportamiento del virus nos indica que este se la ha pasado destanteándonos. Los CDC (Centers for Disease Control and Prevention) integran la entidad más sólida en el mundo en la materia; pertenecen al Departamento de Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos. Resulta que los CDC han tenido que ir cambiando sus enfoques sobre el Covid 19: Que cubrebocas no, que cubrebocas sí; que los mayores estaban en mucho mayor riesgo, pero ahora que quién sabe; que las embarazadas son más vulnerables, pero ahora resulta que depende. Veamos. Medpage Today publicó en su edición de antier un artículo refiriendo cómo los CDC clasificaron primero a los individuos mayores de 65 años en la categoría de más alto riesgo de sufrir mala evolución del padecimiento, pero en un reciente comunicado indicaron que debe considerarse que la edad es un “continuum” (en matemáticas se refiere a una serie de valores en la cual no hay una diferencia importante entre un valor y el siguiente aunque sí la existe entre los extremos) queriendo decir así que el número 65 no es cabalístico o enigmático y que podrá representar lo mismo tener 63 ó 68 años, por ejemplo. Ver esto así tiene sentido para no actuar con rigidez clínica sino con el deseable criterio y para no asustar al enfermo de 66 años ni inducir a ingenuidad al de 64. Los oficiales de los CDC abundaron en que las personas con cierto tipo de enfermedades acompañantes están en mayor riesgo de tener peor evolución. Podría ser el caso de que un sujeto de 58 años muy obeso tenga, por ser obeso, un riesgo mayor que otro de 68 años que no lo es. Los CDC clasifican el riesgo más por la intensidad de las evidencias que en base a clichés que podrían inducir a error. Pues atendiendo a la intensidad de las evidencias que van surgiendo desde el primer brote, los CDC han ajustado el riesgo quedando en los primeros lugares las enfermedades cardiovasculares, las enfermedades renales crónicas, ciertas enfermedades pulmonares, la obesidad (incluso leve), los casos con inmunidad (“defensas”) reducidas, el antecedente de algún trasplante y la diabetes. En el caso de la presión arterial elevada parece que se ha reclasificado de manera que ya no continuaría en alto riesgo de gravedad sino clasificada con la etiqueta de “podría aumentar el riesgo”. El subdirector para enfermedades infecciosas de los CDC ha expresado que ahora se trata de clasificar en base a la contundencia de la evidencia y no tanto de subir o bajar el sitio de la clasificación, lo cual es más “científico” y menos contaminable de prejuicios que meses atrás, cuando la “evidencia” era aún débil. Interesantes son las nuevas observaciones sobre experiencias con mujeres embarazadas pues inicialmente casi el 30% de ellas eran hospitalizadas mientras que sólo se internaban el 6% de las no embarazadas, pero a fin de cuentas la proporción de muertes fue igual entre unas y otras: Una por cada 500. Después de hacer los ajustes estadísticos pertinentes resultó que las mujeres embarazadas fueron hospitalizadas cinco veces más que las no embarazadas, fueron llevadas a terapia intensiva una y media veces más e intubadas poco más de una y media veces más: Se considera que esto se puede atribuir a que la mujer embarazada suele ser vigilada más estrechamente por tratarse de, al menos, dos vidas humanas, y es muy lógico. En fin, todo esto se está moviendo como jamás se había visto en ninguna otra enfermedad en la historia de la medicina, pero hay algo que no deja de ser lo más importante, la prevención: Aseo muy frecuente de manos, no tocarse la cara, sana distancia, quedarse en casa y usar cubreboca (mejor dicho, “cubrenarizboca”).

Médico cardiólogo por la UNAM.

Maestría en Bioética.