El amor ha muerto, y el narcisismo digital lo mató.

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Quizá no sea el único esquizofrénico socialmente adaptado que lo piensa, más de cuatro veces lo he escuchado en los últimos días, más de 100 veces lo he visto en los últimos meses, el desequilibrio entre la búsqueda de la verdad y la búsqueda de la imagen, donde esta última le ha ganado el terreno a la palabra, precursora de la idea, pues sin esta, no existiría aquella.

Las redes sociales vinieron a destruirlo todo, no es casualidad que los desde 2009, donde tuvieron su principal punto de inflexión, la correlación con el aumento de cuadros de ansiedad y depresión en el mundo se hayan disparado, donde tampoco es casualidad que los incrementos en el número de divorcios se hayan exponenciado siguiendo curvas similares a las líneas que representan el aumento en el uso de redes sociales.

Es la imagen, ahora el fondo ha quedado perdido, es la forma lo que importa. ¿Conoces gente infiel que sube fotos familiares “felices” a su Instagram? ¿Conoces gente que abusa de los filtros para mostrar una imagen ‘corregida’ de su YO? Es forma, pura forma, imagen, pura imagen.

Las palabras han dejado de tener relevancia, ahora los medios de comunicación lo han entendido, por ello sus columnas ahora son videocolumnas, por ello usan “copys” amarillistas y pretenciosos, muchas veces exagerados y hasta “graciosos”, es más, otros ya mejor ni disimulan y vierten sobre su “periodismo” su propio juicio moral, en aras ya no de informar, sino de ganar clicks para monetizar.

¿La palabra perdió poder? No, la palabra mantiene su mística, su poder, su don de crear realidades desde adentro, desde el fondo, sin embargo nadie la usa, se le desprecia, se cambia por la imagen.

Si los psicoanalistas estaban en el correcto, y la constitución de nuestro ser se basa en la cantidad y tipo de miradas que recibimos del entorno, como decía Kundera, entonces las redes lo empeoraron todo. Pues ya no basta la mirada de una madre amorosa y una pareja dedicada, ahora cada vez necesitamos más miradas, nuestros cerebros fueron hackeados, nuestras vías dopaminérgicas están alteradas, tanta exposición a pequeñas recompensas (likes, me encanta, vistas, etc) nos están habituando, es decir, nos están haciendo inmunes a la felicidad que causan las pequeñas cosas, las caminatas, los árboles, visitar un río, abrazar, acariciar un rostro.

Nada nos conforma ahora, padres ansiosos desviviéndose por no “traumar” a los hijos, incapaces de forjarse ante los pequeños ojos de los niños como figuras de guía, autoridad, antes muertos, prefieren llenarles de estímulos, de felicidad, siempre, que no lloren, que no esperen, que tengan todo, sin saber, que estamos alterando para siempre su capacidad para sentirse felices en el futuro, donde seguramente, nada bastará, nada será suficiente, y cada vez necesitarán mayores estímulos dopaminérgicos para sentir que algo en ellos se mueve.

Y luego estamos nosotros, los adultos, los profesionistas, los casados, los que pasamos horas en la madrugada viendo las historias de Instagram o cualquier otra red social, mirando pantallas en lugar de mirar a nuestra pareja y apapacharla, sonreírle, abrazarla fuerte. El amor ha muerto, porque ya no necesitamos amor para sobrevivir, porque en nuestra quebrada y desviada idea del “SER” lo único que necesitamos es sentirnos jóvenes, en onda, vigentes, mirados. Porque hemos pasado 14 años pegados a las pantallas consumiendo ese mensaje.

Y así, cada vez más solos, más desconectados de la vida real, más ansiosos, sin manos que nos acaricien el rostro, que nos palpen la espalda desnuda, solo nos queda consumir y proyectar un ‘Ideal’ fantasmagórico que colgamos en redes.

Nuestras manos fueron conquistadas por dispositivos, están ocupadas en el infinito ‘scrolleo’ por eso las manos ya no aman, no acarician, no sienten, nuestros ojos ya no son capaces de reconocer el amor en la mirada de otros, nuestros cuellos están doblegados, ya no hay nada allá afuera que nos interese, nada parece llenarnos, lo único que nos importa está en la mano, en el dispositivo, y por eso, no queremos soltarlos, por eso nos invade una impotencia y frustración cuando lo olvidamos o lo perdemos, nos llenamos de ansiedad, porque sentimos que se nos va la vida, porque ahí la hemos dejado, en espera de una validación vacilante.

El amor ha muerto, queremos el divorcio del amor, no queremos estar “amarrados”, preferimos flotar en la incertidumbre e irrelevancia del ser, porque quien se queda, quien ama, se estanca, no flota, se queda quieto y en la vorágine social, debemos movernos, consumir, pero no solo objetos, también vidas, también humanos, necesitamos experimentar “la novedad” todo el tiempo, lo viejo aburre, lo viejo es despreciable, lo viejo no produce, necesitamos lo nuevo, consumir la novedad aunque de personas se trate.

Emociones secas, sistemas dopaminérgicos alterados, las personas ya no quieren amar porque amar implica quedarse, quedarse implica perderse la novedad y la novedad implica dopamina, movernos, movernos de este letargo de validación social en el que nos encontramos atorados.

Es tiempo de la imagen, de venderse como objeto de consumo, de consumir y buscar las novedades que puedan hacernos sentir algo, porque cada vez es más difícil sentirse vivo, pleno, cada vez somos más resistentes a la felicidad, cada vez nos cuesta más, todo es cuesta arriba, excepto el umbral hacia el dolor, porque ahora todo duele más y nada parece aliviarnos.

Quizá exagero, quizá solo no tomé mis pastillas para la ansiedad, quizá no tomé mis hongos para la productividad, quizá no fume mi hierba para relajarme, quizá no me emborraché para sentir fácilmente un placer que allá afuera se me niega en la sobriedad, quizá todo esto apenas sea el síntoma de una enfermedad que no queremos ver.

Ahora, las manos con las que se supone deberíamos amar y acariciar rostros, sentirlos, están ocupadas sosteniendo celulares, pesas, colocándose cremas anti envejecimiento, porque la vejez es aburrida, es quieta, ahí no hay novedad, no produce, no consume.

El amor ha muerto, porque amar implica quedarse, y quedarse es perderse la novedad.

El narcisismo digital ha ganado esta batalla, pero quizá aún exista un poco de esperanza, un poco de resistencia a la vorágine, al culto a uno mismo, ojalá volvamos a mirar, a acariciar, a amar a alguien en la quietud mientras el mundo gira desesperado por el consumo.

Es cuanto.


SMP

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