La guerra de Ucrania se acerca a su tercer año, y las posturas contradictorias de la Casa Blanca amenazan con volver irreconciliables las visiones de ambos bandos. Por un lado, la política de la administración estadounidense oscila entre lo estridente y lo revisionista, mientras que, por el otro, Ucrania lucha por mantener su posición en las conversaciones de paz, con cientos de bajas diarias en los frentes donde Moscú parece ganar terreno.
El secretario de Defensa de EE.UU., Peter Hegseth, sorprendió al declarar que Ucrania no puede entrar en la OTAN ni recuperar sus fronteras anteriores a 2014. Esto podría haber sido una revelación involuntaria de un acuerdo de paz secreto entre Trump y Putin, o bien una concesión clave que Ucrania guardaba como carta de negociación. Mientras tanto, el vicepresidente J.D. Vance sugirió que EE.UU. podría enviar tropas a Ucrania en caso extremo, lo que parece contradecir los comentarios de Hegseth.
Detrás de estas posturas vacilantes se esconde la verdad más oscura: nadie sabe realmente lo que Trump y Putin han hablado en sus numerosas conversaciones desde que el primero llegó a la Casa Blanca. El revisionismo de Trump, que sugiere que Rusia invadió Ucrania para evitar su ingreso en la OTAN, es un argumento del Kremlin, y queda claro que el expresidente ha pasado más tiempo hablando con Putin que con Zelensky.
En un mundo donde las declaraciones improvisadas pueden manipularse y el gabinete de Trump puede cambiar los paradigmas de seguridad mundial sin mayores consecuencias, los ucranianos siguen muriendo, perdiendo territorio y viendo cómo se disuelve el apoyo occidental. Para el Kremlin, esto es una sinfonía del caos, mientras que EE.UU. parece no tener claro qué quiere, por qué lo quiere y cuáles son sus líneas rojas.
Las conversaciones de paz han comenzado, pero las arenas están cambiando, y corren el riesgo de convertirse en arenas movedizas. ¿Podrán Ucrania y EE.UU. reconciliar sus posturas divergentes y encontrar un camino hacia la paz?
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