Las protestas por la muerte de George Floyd a manos de la policía llegan a las puertas de la Casa Blanca

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Estados Unidos caminaba en la noche de este domingo por el borde de un precipicio cuya profundidad nadie se atreve a predecir aún. Al menos 25 grandes ciudades del país afrontaban la noche bajo toque de queda ante el aumento en virulencia y extensión de las protestas, ya casi disturbios, contra el racismo en las fuerzas de seguridad. Imágenes como las de una iglesia histórica en llamas frente a la Casa Blanca o el Ejército patrullando las calles de Santa Mónica sirvieron de símbolos, en la sexta noche de violencia en las calles, de que la protesta está lejos de amainar. Al menos un persona murió en Louisville (Kentucky) y otras dos, en Los Ángeles y en Nueva York, recibieron disparos.

La ola de indignación comenzó con el vídeo de la muerte de George Floyd, un hombre negro muerto en una brutal detención por la policía en Minneapolis. En seis noches, se ha extendido a todas las grandes ciudades del país y se ha convertido en una protesta general contra el racismo sistémico de Estados Unidos, las fuerzas de seguridad y hasta Donald Trump, un presidente que no ha hecho nada por calmar las aguas, sino todo lo contrario. Al menos 20 Estados activaron su Guardia Nacional (ejército de reservistas bajo mando del gobernador), con hasta 5.000 efectivos despleagos. Ha habido más de 4.000 detenidos a lo largo del fin de semana, según el recuento de Associated Press, y una lista interminable de saqueos, fuegos y escaramuzas, con múltiples heridos. Sucede además en plena frustración por las órdenes de cuarentena para frenar la pandemia del coronavirus y con un desempleo que ya alcanza la increíble cifra de 40 millones de personas.

En la capital del país se vivió la noche más violenta hasta ahora en esta crisis. La Casa Blanca, con su característica luminaria apagada, el estruendoso sonido de los helicópteros y numerosos saqueos e incendios marcaron la jornada. La alcaldesa de la ciudad, Muriel Bowser, decretó el toque de queda entre las 23.00 y las 6.00 de este lunes. Tras entrar en vigor, Washington estaba sumida en el caos. Los bomberos pudieron controlar un incendio en los sótanos de la histórica iglesia de Saint John, frente a la Casa Blanca, conocida como “la iglesia de los presidentes”, a la que Abraham Lincoln, el hombre que abolió la esclavitud, acudía a rezar. La sede de la Federación Estadounidense del Trabajo, el mayor sindicato del país, y el Departamento de Asuntos de Veteranos presentaban destrozos. El presidente Donald Trump pasó al menos una hora en un búnker subterráneo durante los enfrentamientos, construido para usarlo en casos de emergencia como ataques terroristas.

Miles de manifestantes lograron llegar este domingo por la noche a las afueras de la residencia del presidente, pese al esfuerzo policial por bloquear las calles de acceso después de una tensa jornada anterior. Los agentes lanzaron gases lacrimógenos durante horas para dispersar a la gente. La imagen resultante eran cientos de personas tosiendo unas sobre otras en medio de la pandemia por el coronavirus. Los jardines frontales de la Casa Blanca olían a gas pimienta y marihuana. “Vinimos a mostrar nuestro apoyo a George Floyd por el abuso policial que sufrió y la policía responde utilizando exceso de violencia”, comentaba Maicy, afroamericana de 40 años, que viajó desde Maryland a Washington DC para protestar por segunda noche consecutiva.

Antes de comenzar el toque de queda, los agentes que protegían el recinto presidencial avanzaron contra los manifestantes y dispersaron a la mayoría. Los agentes lanzaron gases lacrimógenos y algunos participantes en las protestas les respondieron lanzando piedras y botellas de agua vacías, ante las críticas de varios de los presentes. Malcolm, afroamericano de 27 años, decía que mucha gente cree que las protestas son por George Floyd, pero que en realidad “eso fue el punto de ebullición para muchas personas”. Recuerda que los afroamericanos están “acostumbrados a ver violencia” contra ellos y que, aunque quería protestar pacíficamente, no quedaba otra opción que reaccionar cuando disparan a uno de los suyos con las manos en alto.

En Minneapolis, Minnesota, se vivía este domingo el sexto día consecutivo de manifestaciones, que comenzaron nada más difundirse el vídeo de George Floyd. Miles de personas cortaban la autopista interestatal 35 cuando un camión avanzó contra la multitud a gran velocidad y desató el pánico. El conductor fue sacado de la cabina del vehículo y golpeado, según testigos citados por Reuters.

Hubo hasta 150 arrestados en esa concentración por no obedecer al toque de queda y permanecer fuera de casa más allá de las ocho de la tarde. El policía detenido por la muerte de Floyd, Derek Chauvin, fue trasladado de la prisión del condado de Hennepin a la estatal de Oak Park por el gran número de nuevos arrestados que se esperan en el primer centro penitenciario. El gobernador de Minnesota, Tim Walz, ha puesto al fiscal general del Estado, Keith Ellison, al frente del procesamiento del agente, acusado de homicidio en tercer grado (por imprudencia).

Los Ángeles comenzó el domingo con un despliegue táctico como no se había visto desde los disturbios por Rodney King, en 1992, el levantamiento civil más violento del último medio siglo, en el que murieron más de 60 personas. Fuerzas de todas las policías de los municipios cercanos, las que dependen del sheriff, y la Guardia Nacional patrullaban las calles de la ciudad. A mediodía, el alcalde de Los Ángeles, Eric Garcetti, el jefe de policía, Michel Moore, y el jefe de bomberos, Ralph Terrazas, dieron una rueda de prensa conjunta para advertir de que no se repetirían las escenas de violencia y saqueos del día anterior. Las autoridades trataron de trasladar al mismo tiempo solidaridad con las protestas y la advertencia de que los grupúsculos violentos no tenían nada que ver con la reivindicación y se actuaría contra ellos con la máxima contundencia.

Poco después, en la localidad de Santa Mónica ocurría exactamente lo que se había anunciado que no se iba a permitir. Mientras unos centenares de personas protestaban pacíficamente junto al conocido paseo de la playa, un grupo comenzó a asaltar tiendas del Santa Mónica Place, un centro comercial cercano, ante la pasividad de los agentes. Las imágenes aéreas de las televisiones locales mostraban con claridad que se trataba de grupos organizados que se movían en coche. Bajaban, rompían cristales, salían con la mercancía que les cabía en las manos y se ocultaban de nuevo en el coche.

Santa Mónica anunció un toque de queda a partir de las cuatro de la tarde, más de ocho horas antes del anochecer. La policía dispersó las protestas, pero la persecución y detención de los violentos y los saqueadores duró hasta bien entrada la noche, con escenas de violencia desconocidas en la turística ciudad playera de Los Ángeles.

Por la tarde, el Ayuntamiento de Los Ángeles estaba protegido por tanquetas militares de la Guardia Nacional, en una imagen que quedará para los libros. Una pequeña protesta de unas 200 personas se fue concentrando frente a la escalinata. Ante los insultos, el capitán Billy Brockway, al mando del operativo, trató de hablar con una manifestante. Ella se negó. Los agentes aguantaron insultos durante varias horas. Monica Sinclair, de 29 años, aseguraba junto a la valla policial que se quedarían allí “toda la noche”. “La policía está poniendo nerviosa a la gente con todo este despliegue militar”, decía sobre los enfrentamientos.

La ciudad había declarado un toque de queda a las ocho de la tarde, pero el sheriff del condado, Alex Villanueva, lo adelantó hasta las seis, lo que daba a los agentes en la calle unas dos horas de luz más para identificar violentos y actuar. La protesta frente al Ayuntamiento fue disuelta nada más caer la noche con algunas detenciones pacíficas, pero pequeños grupos se dispersaron por el centro de Los Ángeles. El viernes, una situación parecida acabó con graves daños en algunos comercios. Pasada la una de la madrugada, la policía informó de que una persona había muerto de un disparo en el centro de la ciudad a las siete de la tarde, aunque no estaba clara su relación con la manifestación.

Situaciones como estas se repitieron por todo el país. En Birmingham, Alabama, los manifestantes derribaron una estatua confederada. En Nueva York, una gran manifestación recorrió el puente de Brooklyn. Surgieron enfrentamientos que obligaron a cortar momentáneamente los puentes con Manhattan y un pequeño incendio callejero. La policía de la ciudad detuvo a la hija del alcalde, Bill de Blasio, que también participaba en las protestas. Los enfrentamientos continuaron de madrugada con saqueos en las tiendas del barrio del Soho. Una persona fue trasladada al hospital tras recibir un disparo. En Atlanta, donde hace dos días los manifestantes destrozaron la entrada de la sede de CNN, se volvieron a vivir escenas de tensión con el lanzamiento de gases lacrimógenos. Dos agentes fueron despedidos por uso excesivo de la fuerza. En Louisville (Kentucky) las autoridades confirmaron que la madrugada del lunes murió un hombre por disparos de la policía después de que este abriera fuego primero, cuando trataban de dispersar una concentración.

Se trata de la ola de protestas más amplia, en extensión e intensidad, que recuerda Estados Unidos desde el asesinato de Martin Luther King, en 1968. Los sucesos más violentos fueron los de Los Ángeles, en 1992, pero no salieron de la ciudad. Igualmente, ha habido crisis de violencia racial en 2014 en Ferguson, Missouri, y en 2015 en Baltimore, Maryland, pero nunca por todo el país a la vez, tantos días y en aumento.