Mientras la noche cae sobre la apacible ciudad de Múnich, el eco de un tango premonitorio resuena en el aire: “Silencio en la noche. Ya todo está en calma. El músculo duerme, la ambición trabaja”. Porque en apenas cinco días, Alemania se enfrentará a unas elecciones federales que podrían marcar un giro definitivo en el rumbo de Europa.
En la boleta, dos corrientes opuestas a la Unión Europea, la migración y el apoyo a Ucrania se enfrentan: la ultraderechista Alice Weidel, candidata de Alternativa para Alemania (AfD), y Sahra Wagenknecht, del ultraizquierdista BSW. Mientras los partidos tradicionales de centro, la democracia cristiana y la socialdemocracia, se ven presionados por la crisis económica, el fin del gas barato ruso y la retirada del paraguas militar estadounidense.
Según las encuestas, el próximo canciller sería el demócrata cristiano Friederich Merz, que en alianza con la Unión Social Cristiana de Baviera, alcanzaría el 30% de los votos. Pero el verdadero protagonista sería AfD, que duplicaría su apoyo y se convertiría en la segunda fuerza política, superando incluso a los socialdemócratas. Un éxito sin precedentes desde 1933, basado en el descontento por la recesión, el declive industrial y el recurrente chivo expiatorio de la migración.
Merz se enfrentaría entonces a un dilema: ¿con quién formar gobierno? Las diferencias entre los partidos de centro parecen irreconciliables, especialmente en materia económica. Mientras los socialdemócratas apuestan por más deuda y subsidios, los demócrata-cristianos quieren rebajar impuestos para impulsar la riqueza empresarial.
Alemania, la potencia industrial de Europa, se encuentra en una encrucijada. Y el 38% de los votantes aún no sabe por quién decantarse. ¿Será AfD el futuro de Alemania, como augura el presidente húngaro Víktor Orbán? La noche de Múnich guarda muchos fantasmas.
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