La variante delta llega a América Latina: lo que sabemos de ella

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Argentina, Brasil, Chile, Cuba, Ecuador, México y Perú ya han detectado en sus territorios a la variante del SARS-CoV-2 que más atención acapara en el mundo. Delta, primero detectada en la India y ya presente en al menos 92 países, se destaca de sus predecesoras genéticas por una mayor capacidad de contagio.

El pasado 21 de junio, el director ejecutivo de la OMS dijo sobre delta que se trataba de una variante “más rápida y que afectará a los más vulnerables al contagio de manera más eficiente que sus predecesoras”. Esta característica esencial convierte a la B.1.617.2 en una “variante de preocupación” para el Centro de Control de las Enfermedades estadounidense (CDC). No es aún una “variante de elevada consecuencia”, la categoría de mayor peligro en el esquema del CDC. Merecería tal categorización si se considerara que “las medidas de prevención o médicas existentes ven su efectividad particularmente reducida en comparación con variantes anteriores”. Afortunadamente, no es el caso por ahora para delta.

La evidencia disponible solo permite asumir que posiblemente la variante delta se contagia más fácilmente que sus predecesoras, quizás produce más riesgo de hospitalización, pero no es necesariamente más mortal, y seguramente varias de las vacunas en uso funcionan bien contra ella, a pesar de que parece demostrar una cierta capacidad mejorada para esquivar defensas inmunológicas ya adquiridas. Queda por confirmar si todas las vacunas aguantarán el tipo por igual.

Más contagiosa

El objetivo principal del virus es permanecer, sobrevivir. Para ello necesita contagiarse, una necesidad marcada por dos motivos: el más obvio es que de no hacerlo, desaparecería. El desenlace de cualquier batalla entre nuestros cuerpos y una infección es la muerte del virus, sea porque nuestras defensas logran acabar con él, o porque al no lograrlo, nuestra muerte conlleva la del patógeno. Así que necesita encontrar nuevos anfitriones. Pero (y esta es la segunda razón) además, cada salto de un cuerpo a otro supone una minúscula pieza en un puzzle de oportunidad evolutiva. Cuando se juntan varias, se puede producir una mutación genéticamente significativa. Las ideales para el virus son aquellas que incrementan su transmisibilidad, dándole herramientas extra para agarrarse a los cuerpos que se le pongan a tiro. Y todo indica que delta es una mutación que ha logrado volverse dominante en la India, Rusia, Portugal, Indonesia o el Reino Unido gracias a algunas de estas herramientas, alcanzando al menos 92 países a día de hoy.

En palabras de Wendy Barclay, profesora de virología en el Imperial College de Londres, Delta habría sumado “aptitud” para la permanencia del virus en las vías respiratorias. “El virus que surgió en Wuhan no fue óptimo en ese sentido, por lo que se transmitió, pero quizás no tan bien como podría. La variante alfa dio un paso para mejorar eso con una determinada mutación, y la variante delta se ha basado en eso y ha dado un segundo paso ahora, un paso más grande, para mejorar esa característica”, dijo Barclay. Un resultado de esta y otras posibles herramientas añadidas es la mayor carga viral en la respiración, según un trabajo de Ravindra Gupta y su equipo en la Universidad de Cambridge.

Establecer el efecto agregado de estos cambios resulta harto más difícil. Las estimaciones preliminares desde el Reino Unido, primer país europeo en el que delta golpeó con fuerza y propietario de uno de los sistemas de vigilancia genómica de virus más avanzados del mundo, indican que delta es un 40%, 50% o incluso 60% más contagiosa que alfa, una variante que ya de por sí había mejorado su capacidad de contagio versus a la versión original del virus emergida de Wuhan. Esos porcentajes indican la diferencia en tasa secundaria de ataque entre delta y alfa, es decir: cómo de más probable es que una persona portadora de SARS-CoV-2 versión delta se la transfiera a otra, en comparación con una que porta la versión alfa.

Pero los intervalos de confianza son muy amplios. Neil Ferguson, epidemiólogo de referencia en el Imperial College y asesor del Gobierno británico, situaba la mejora de delta entre un 30% y un 100%. Y es que, como afirmaba hace pocos días el portavoz mexicano de la pandemia, Hugo López-Gatell, la capacidad de contagio de un virus depende enormemente del contexto. Discernir si una ventaja en velocidad observada en un país se mantendrá, aumentará o disminuirá en otros resulta analíticamente peligroso.

Aún así, dada la incidencia acumulada del contagio en América Latina y sus condiciones diferenciales de partida (particularmente la densidad urbana y la dificultad de amplias capas de población para resguardarse en caso de necesidad), la hipótesis de partida respecto al potencial de contagio que alberga delta debería ser más bien pesimista. A ello hay que añadir que incluso una mejora pequeña en transmisibilidad puede tener consecuencias gigantescas dada la lógica exponencial que sigue cualquier epidemia, amplificadas en cada nueva ola.

Pero no (necesariamente) más mortal

Una nueva ola de contagio siempre va a traer más muertes en términos absolutos, pero ello no implica necesariamente que la variante que la provoque sea más mortífera.

Con delta, estudios preliminares en Escocia y otras partes del Reino Unido estimaron una probabilidad multiplicada casi por dos de hospitalización en los pacientes delta versus los alfa. Pero, aunque el dato se obtuvo teniendo en cuenta diferencias en edad, sexo o estatus de vacunación, es pronto para extrapolar de ahí que delta sea, efectivamente, más virulenta. La hospitalización no es un indicador duro, ni que viaje nítidamente de país a país ni de momento a momento dentro de un mismo país, dado que está sujeto a criterios cambiantes dependientes del contexto.

De hecho, en su última valoración de la evidencia disponible, el propio Gobierno británico hablaba del riesgo de mayor hospitalización con un hallazgo cierto pero preliminar, considerado todavía como poco confiable a falta de mejores y más variados estudios. En cualquier caso, el contagio incrementado es suficiente para preocupar a las autoridades, si bien las respuestas a delta dentro de América Latina están resultando notablemente variadas.

Tratando de anticiparse a ella, Alberto Fernández decretó una severa limitación de entrada en el país austral: solo 600 personas al día pueden llegar por vía aérea, pese a que delta sigue sumando casos, incluso, de personas que subieron a sus aviones con PCR negativa en el lugar de origen. Las autoridades epidemiológicas mexicanas, por su parte, relativizan la preocupación aunque encontraron esta variante en más del 10% de las muestras genéticas del virus recogidas durante junio y enviadas a la iniciativa GISAID. El Ministerio de Salud colombiano da por sentado que llegará al país. El peruano acepta, incluso, que predominará.

Efectivamente, contener a la contagiosa delta mediante restricciones a la movilidad podría ser particularmente complicado en una región de fronteras porosas y agotada económica y socialmente. La vacunación parece una estrategia mucho más segura, siempre que adquiera los ritmos y efectividades necesarias.

Las vacunas funcionan (hasta donde sabemos)

El mayor miedo ante cualquier variante del virus que se demuestre como más eficiente en contagio es que dicha eficiencia también le ayude a superar la inmunidad producida por las vacunas disponibles.

La capacidad de escape inmunológico sobre las defensas adquiridas por infecciones pasadas existe en delta, y se pudo contrastar en la India. Al mismo tiempo, estudios de laboratorio han permitido comprobar pérdidas de capacidad ante delta entre ligeras y modestas en los anticuerpos producidos por las vacunas de AstraZeneca, Janssen, Moderna y Pfizer. En la misma dirección apuntan declaraciones de oficiales del Gobierno chino respecto a las desarrolladas por Sinovac y Sinopharm, de fuerte presencia en América Latina, así como anuncios realizados por los desarrolladores de la rusa Sputnik. Ahora bien: la clave en estos resultados no está en que haya una reducción, sino en que ésta no ha sido absoluta. Se trata, de hecho, de indicios más bien positivos, que pueden leerse como que vacunas desarrolladas con base en versiones anteriores del virus todavía son capaces de producir anticuerpos que funcionan con las más nuevas.

Además, el verdadero test de vacunas en uso se produce en el mundo real. Los datos del Reino Unido resultan, una vez más, iluminadores. Allí, un cálculo rápido resultante de dividir muertes confirmadas entre casos detectados para cada variante arroja un 2% para alfa, y un 0,3% para delta. Esta séxtuple reducción no obedece necesariamente a las características de la mutación, sino más bien al momento en que ésta se propagó, con un porcentaje mucho mayor de población vacunada. Ayuda, además, a hacer menos probable la hipótesis de mayor letalidad intrínsteca de delta.

En un análisis más afinado, las autoridades británicas han comparado la efectividad de las vacunas empleadas en el país (AstraZeneca y Pfizer) a la hora de reducir probabilidades de síntomas o de hospitalización. Los resultados son claros: la protección una vez se ha completado la pauta de vacunación de doble dosis es considerable, pero resulta sensiblemente menor con solo la primera de las dos.

Los datos conocidos para la Sputnik V, anunciados por la propia farmacéutica Gamaleya, son similares a los que ya mantenía para la variante ancestral: alrededor del 90% de reducción de probabilidad de síntomas. Sin embargo, a diferencia de los datos para Pfizer y AstraZeneca, en este caso provienen exclusivamente de informaciones del fabricante, pendientes de contraste por parte de autoridades sanitarias y científicas.

Con las otras vacunas usadas en la región la información es también limitada. Tanto Janssen como Moderna han anunciado que las pequeñas reducciones en respuesta de anticuerpos observadas en laboratorio no son significativas, y anticipan que ambas vacunas funcionarán bien contra delta. Pero no se dispone aún de datos de mundo real comparables a los anteriores. Tampoco para las de las farmacéuticas chinas Sinovac y Sinopharm, cuya efectividad de partida contra casos sintomáticos es algo menor que las de sus contrapartes. Los mensajes provenientes de China carecen de claridad suficiente para extraer conclusiones ni poner datos, necesarios para definir no sólo si las vacunas son la respuesta a delta (algo que, a la luz de la experiencia británica, parece difícil refutar), sino para confirmar cuáles constituyen la mejor de las respuestas posibles.

Al inicio de su distribución, los cuellos de botella en la oferta mundial de vacunas ofrecían una guía simple de comportamiento para todos los gobiernos del mundo: la mejor vacuna es la que primero llega a la población. En la medida en que se relaje la demanda, se amplíe la disponibilidad, y la prioridad mundial sea no sólo evitar desarrollos graves de la enfermedad sino también controlar la continua emergencia de variantes que ponen en riesgo la efectividad de herramientas disponibles, esta decisión se volverá más complicada de tomar.

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