El Presidente Andrés Manuel López Obrador habló la tarde del viernes con el presidente Joe Biden.
Desconocía que se iban a proponer el jueves, cuando dijo que no hacía falta, pero fue atinado aceptarla cuando se la plantearon. Biden habló ese día con sus dos socios comerciales, el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, y López Obrador, quien dijo que habían acordado “fortalecer y estrechar la colaboración entre sus dos gobiernos”. La Casa Blanca dio a conocer los generales de la conversación el sábado; la de Trudeau, el viernes mismo en que se llevó a cabo. Los detalles muestran los acentos del estado en el que se encuentra cada relación.
La declaración sobre la plática con Trudeau resaltó que al haber sido el primer líder extranjero con quien habló, “subraya la importancia estratégica de la relación”, y fortalece la cooperación sobre “una agenda amplia y ambiciosa”. La declaración de la conversación con López Obrador se refirió únicamente a “la revisión” de la cooperación bilateral sobre asuntos, principalmente relacionados con la inmigración regional. Con Trudeau tuvo Biden un diferendo de saque, al rescindir el permiso del oleoducto Keystone XL, que conecta los campos petroleros de Alberta con las refinerías en el Golfo de México, por razones ambientales, pero acordaron que mantendrían el diálogo y se reunirían en febrero.
En la plática con López Obrador, Biden no mostró ningún agravio, pero afloraron las diferencias. Con Trudeau la agenda común incluye, especificó la declaración dada a conocer por la Casa Blanca, el combate al COVID-19, el fortalecimiento de las relaciones económicas, temas militares y el liderazgo global para lograr un cambio en el cambio climático. Con López Obrador, en el tema de la pandemia, señaló que “reconocían” la importancia de la coordinación para enfrentarla. No hubo más, aunque Biden conoce de primera mano que cuando la pandemia del A-H1-A1 en 2009, los gobiernos de México, Estados Unidos y Canadá, desarrollaron desde el primer momento una estrategia común para combatirla, lo que hoy no existe.
Biden tenía muy claro lo que quería expresar a López Obrador, y por la temática, es seguimiento de la conversación que sostuvieron en los últimos días de la transición su consejero de seguridad nacional, Jake Sullivan, y el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, enfocado al tema migratorio que, por lo difundido por la Casa Blanca, es la principal preocupación que tienen con México en este momento. Biden, de acuerdo con lo revelado, señaló: “El presidente describió su plan para reducir la migración, abordando sus causas fundamentales, la capacidad para reasentamiento y las vías de inmigración alternativas legales”.
El plan de Biden tiene dos pistas. Una retoma el trabajo que hizo durante el Gobierno de Barack Obama, quien le encargó a su entonces vicepresidente las relaciones con América Latina y en particular enfocarse al tema de la migración desde Centroamérica. Ese plan se refiere a la amenaza del crimen trasnacional en el Triángulo del Norte -Honduras, El Salvador y Guatemala-, y un programa de apoyo económico para crear condiciones de seguridad, prosperidad y bienestar. Lo que propuso en 2014 ya no pudo ser concretado, y ahora planteó una estrategia integral similar, pero incrementó la ayuda cuatro mil millones de dólares.
El diagnóstico de causas de Biden es similar al de López Obrador, al coincidir en la forma como deben atacar las raíces de la violencia. Difieren sustancialmente las visiones en los alcances y las formas como lograrlos. Si bien los dos creen que se tiene que resolver el problema de la pobreza, López Obrador cree que con ayuda directa de recursos, o exportar programas como Sembrando Vidas, se alcanzará la meta. Biden no aportará recursos directos -Estados Unidos no suele hacerlo-, pero movilizará a la iniciativa privada en esa región -probablemente mediante los créditos blandos del Eximbank-, e inyectará, para mejorar la seguridad, en fortalecer el Estado de Derecho y combatir la corrupción.
En donde se encuentran completamente en las antípodas es en el tema de la reforma migratoria, donde Biden habló de “mejorar el procesamiento (de casos) en la frontera para resolver las solicitudes de asilo, revirtiendo las políticas migratorias draconianas del anterior gobierno”. Esto tiene que ver con su iniciativa de una nueva reforma migratoria, que retoma el Programa de Acción Diferida para los Menores, conocido como DACA o los Dreamers, para allanarles el camino a la ciudadanía en una década, y cancela los Protocolos de Protección de Migrantes, conocidos como Remain in Mexico, donde el ex presidente Donald Trump y López Obrador acordaron que los centroamericanos que pidieran asilo en Estados Unidos, esperarían el proceso en territorio mexicano.
López Obrador, ahora, apoyó la reforma migratoria de Biden, y contra su política con Trump de no hablar sobre temas internos de Estados Unidos, el sábado hizo un exhorto al Congreso de Estados Unidos a que aprueben la reforma migratoria del nuevo jefe de la Casa Blanca. La rectificación del mexicano hay que saludarla, no criticarla, si se mantiene, para abandonar el oscuro túnel en donde colocó a México con su relación con Trump.
Es fundamental que empiece a restablecer una buena relación con el gobierno entrante, que vaya más allá del aspecto meramente instrumental, y que recupere al lugar que tenía México junto con Canadá, principalmente porque somos un país más dependiente de Estados Unidos que su vecino del norte. En este sentido, es preocupante la ausencia en la conversación sobre la cooperación bilateral en materia de la seguridad, donde la postura mexicana en las tres últimas semanas ha sido demoler todo lo que se tenía. El mensaje es claro, pero Biden le hizo un guiño al otorgarle el plácet a Esteban Moctezuma, por la vía fast track. La respuesta de López Obrador fue otro guiño, pero al presidente ruso Vladimir Putin, enemigo de Estados Unidos, con quien conversará este lunes por teléfono. Las cartas están echadas.
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