Todo el mundo sabe lo cuesta arriba que se hacen las épocas de exámenes. Por eso es habitual ver las bibliotecas llenas de estudiantes ávidos de cualquier impulso extra. En las cafeterías de las universidades, la promesa llega en forma de bebidas energéticas. Disponibles en varios tamaños y sabores, prometen mantenerte despierto. También mejorar el rendimiento físico cuando vas al gimnasio, y tu aguante nocturno si las mezclas con alcohol.
Niños, niñas, adolescentes y jóvenes (como pasa con los ultraprocesados y las bebidas azucaradas) vuelven a ser los grupos más expuestos, más vulnerables, y más desprotegidos frente a estos productos. Ya en 2013, un estudio realizado por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, por sus siglas en inglés), advertía del problema: un 16% de los niños (de 3 a 10 años) consumía bebidas energéticas de manera habitual. Es decir, entre cuatro y cinco veces a la semana (o más), que equivalen a dos litros al mes.
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¿De verdad ayudan?
Quienes declaran tomar estas bebidas sacan, de media, peores notas, repiten más cursos y faltan más a clase.
En relación con la cantidad de azúcares, las bebidas energéticas suelen aportar entre 27,5 y 60 gramos por cada 250 mililitros y 500 mililitros, respectivamente. O lo que es lo mismo: el equivalente a 11-12 cucharaditas de azúcar, o a unas 220-240 kilocalorías, por cada envase de 500 mililitros. De hecho, la mayoría de las marcas ya ha sacado opciones light, zero o sin para reducir estas cantidades de azúcar y sustituirlas por edulcorantes.
Energizantes promesas
Pese a sus energizantes promesas, tampoco se ha probado que el resto de sus componentes tenga ningún beneficio. Sin embargo, la mayoría de los estudios lo que sí concluyen es que consumo de estas bebidas (sobre todo en grandes cantidades o mezcladas con alcohol) tiene efectos negativos en la salud física y mental. Por ejemplo, riesgos cardiovasculares y neurológicos, problemas psicológicos o alteraciones del comportamiento y del sueño. Volviendo a los datos de España, quienes declaran tomar estas bebidas sacan, de media, peores notas, repiten más cursos o faltan más a clase, en comparación con quienes reportan no tomar bebidas energéticas.
Por último, hay que recordar que es habitual combinar el consumo de estas bebidas con alcohol. Y que, al enmascarar los efectos depresores del alcohol, como el sueño y el cansancio, el riesgo de intoxicación etílica aumenta.
En muchas partes el consumo de estas bebidas está completamente normalizado, y no existe regulación específica ni de los ingredientes que pueden contener, ni de sus concentraciones máximas, ni en qué posibles combinaciones. A su vez, se estima que el 70% de las personas desconoce la composición de las bebidas energéticas, o cuáles son sus posibles efectos secundarios.