Los vecinos del centro de Minneapolis montan sus propias barricadas y barreras para cortar el paso a los manifestantes y evitar los destrozos. Algunos, en las zonas más atacadas por los saqueos, montan guardia por la noche ante sus puertas. Por las mañanas, salen a limpiar la calle. Esa ha sido su rutina desde el martes, cuando comenzaron las protestas por la muerte del afroamericano George Floyd en una violenta detención policial y esta ciudad del Medio Oeste encendió una llamarada nacional contra el racismo, la mayor desde el asesinato de Martin Luther King, en 1968.
Este domingo, sexto día consecutivo de manifestaciones, un camión avanzó contra la muchedumbre de manifestantes que cortaba la autovía Interestatal 35, lo que desató el pánico. Los destrozos causados por los grupos violentos eclipsan a los miles de manifestantes pacíficos que circulan por la ciudad, como los que se reúnen cada día en el cruce de calles donde murió Floyd. Allí, entre la 38 y la avenida Chicago, el suelo está plagado de flores, alguien ha apuntado un enorme mural con su nombre y las paredes están llenas de fotografías, dibujos y mensajes enviados al más allá. Los voluntarios reparten comida y bebida gratis, suena música todo el tiempo y familias con niños pequeños pasean como si nada.
Al anochecer, tras el toque de queda, empieza la furia. Will S., un afroamericano que nació en 1969, un año después de la muerte de Martin Luther King, dice que la historia “se repite a sí misma”, pero con una variación interesante: “la tecnología, los teléfonos móviles”. Este empleado del servicio postal se refiere a los vídeos grabados por viandantes que exhibieron el suceso ante medio mundo en cuestión de segundos y que, en los últimos años, han disparado la movilización contra la brutalidad policial, alumbrando movimientos como Black Lives Matter (Las vidas negras importan), una enseña muy presente estos días en las concentraciones. “Las protestas son buenas, la destrucción es mala, pero a veces conseguir algo bueno requiere un poco de algo malo”, afirma Will.
Dom Milli, uno de los últimos manifestantes de la noche, de esos que desafían a la policía, también recordaba a King este sábado, mientras caminaba a toda prisa escapando al avance de los uniformados por la calle Lake, donde han quedado arrasados decenas de edificios. “Llevamos intentando hacer esto de forma pacífica desde Martin Luther King, y se lo hicieron pagar, esta es la única manera, lo hemos probado de muchas”.
A apenas unos metros, un muchacho de 21 años montaba guardia frente a un establecimiento tapiado de O’Reilly, una cadena de tiendas de equipamientos de automóvil. A todo el que se acercaba por allí con ganas de gresca le explicaba que su casa estaba pegada al local, a exactamente dos metros, y tenía una valla de madera. “Si queman la tienda, me queman la casa”, decía Areal Crawford, de 21 años. “El primer día de manifestaciones lo saquearon y quemaron todos los locales de por aquí, llevo cinco días llorando, he estado yendo a esos sitios desde que era un niño”.
Crawford trabajaba en un restaurante hasta que el coronavirus obligó a cerrar y se quedó desempleado. La reapertura se ha parado en seco en la ciudad, el miedo a los disturbios ha provocado que apenas ningún restaurante esté operativo.