Vivió con ceguera por 40 años, hasta que una inyección de proteínas y gafas especiales cambiaron su vida

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Imagina este escenario: naciste con la capacidad de ver, pero una extraña enfermedad en tu adolescencia te quitó esa posibilidad por 40 años, ello hasta la invención de unas revolucionarias inyecciones en tus ojos que tienen el potencial de tratar ceguera, dolor y trastornos mentales.

Esta fue la historia que un hombre de 58 años que participó en el ensayo de una técnica conocida como optogenética, que utiliza inyecciones de proteínas sensibles a la luz que son aplicadas directamente en la retina de personas que sufren de retinosis pigmentaria.

Ahora, ¿qué provoca ese padecimiento? La pérdida progresiva de las células del ojo que te permiten ver de manera normal. En una retina sana, estos receptores captan la luz para después enviar señales a las llamadas células ganglionares de la retina que luego le ‘pasan’ esa información al cerebro y, así, se cree una imagen.

Esto no pasa con las personas que padecen de retinosis pigmentaria. Para solucionar el problema, la empresa GenSight Biologics, con sede en París, ideó un método: en lugar de tratar de restaurar las células fotorreceptoras, introdujeron proteínas bacterianas sensibles a la luz.

Su método tuvo un resultado, de acuerdo con la información publicada en la revista Nature. En el caso analizado, un hombre de 58 años recibió la inyección de los organismos y esperó cerca de cuatro meses en lo que las células ganglionares de la retina producían más de esas proteínas.

Esa solo fue la mitad del trabajo detrás de la recuperación de la vista del participante pues como explicó el oftalmólogo José-Alain Sahel a Nature, estas inyecciones, por muy avanzadas que sean, no pueden replicar la función natural de la retina, es decir, regular la cantidad y el tipo de luz que entra a los ojos.

Entonces, ¿qué procedió? Los responsables del ensayo crearon unas gafas que permiten a la persona que las usa ver gracias a la interpretación que las proteínas hacen de la información visual. Ese equipo interpreta, en tiempo real, los cambios de contraste y brillo alrededor del usuario y los transforma en un conjunto de puntos de color ámbar.

“Cuando la luz de estos puntos entra en el ojo de una persona, activa las proteínas y hace que las células ganglionares de la retina envíen una señal al cerebro, que luego convierte esos patrones en una imagen”, indica el estudio.

Llegar a ese punto no fue fácil, pues el hombre de 58 años tuvo que entrenar varios meses con las gafas antes de que su cerebro interpretara correctamente toda la información. Pero el esfuerzo valió la pena porque tiempo después fue capaz de distinguir imágenes de alto contraste, incluidos objetos en una mesa y las rayas blancas de un paso de peatones.

Los investigadores encontraron que la corteza visual del participante reaccionaba a las imágenes de la misma manera en que lo haría si viera de forma normal. El participante aún puede ver si no tiene puestas las gafas.