En la era de las campañas políticas, la transformación superficial se ha convertido en una herramienta común para los aspirantes al poder. No es raro encontrarse con veteranos políticos que repentinamente adoptan una nueva imagen, un nuevo discurso y hasta un nuevo color de camisa, todo en un intento desesperado por presentarse como la encarnación de lo “nuevo” en un escenario político estancado y desgastado.
Desde una perspectiva filosófica, esta táctica plantea interrogantes sobre la autenticidad y la ética en el ámbito político. En la filosofía moral, se sostiene que la integridad y la coherencia son fundamentales para la virtud política. La manipulación de la imagen para ocultar la verdadera identidad de un candidato contradice estos principios, erosionando la confianza pública y debilitando los cimientos de la democracia.
Desde la psicología, podemos entender este fenómeno como una manifestación de la teoría del autoengaño. Los políticos que se reinventan a sí mismos están, en cierto sentido, engañándose a sí mismos y a los demás al creer que un cambio superficial puede ocultar su verdadera naturaleza y sus motivaciones. Este acto de autoengaño puede ser alimentado por la necesidad de poder, reconocimiento o simplemente por el miedo a la irrelevancia política.
Tomemos el ejemplo de Héctor García García en Guadalupe. Su intento de presentarse como un candidato nuevo, a pesar de su extensa trayectoria política vinculada al PRI, revela la hipocresía inherente a esta estrategia. Su cercanía con figuras políticas establecidas y su historial como líder sindical y diputado del partido sugieren un compromiso arraigado con el statu quo, lo que contradice la narrativa de renovación que intenta proyectar.
La ciudadanía no debería tolerar el engaño político disfrazado de innovación. Exigir transparencia, coherencia y autenticidad en nuestros líderes es fundamental para una democracia saludable. En lugar de dejarnos seducir por el brillo superficial de una nueva camisa naranja, debemos interrogar críticamente las verdaderas intenciones y valores de aquellos que buscan ocupar cargos de poder. Solo entonces podremos avanzar hacia una política genuinamente transformadora y ética.